Cansados, olvidadizos, desmotivados, sin energía y con poca capacidad de atención, estos son solo algunos de los síntomas que empiezan a tener las personas con un sueño deficiente.
Pacientes que ingresan a consulta porque están irritados, con alta frustración y poca tolerancia, son tan solo evidencia de que están funcionando con sus reservas energéticas, y que entraron en “modo de ultra ahorro de energía” hace ya algunas semanas atrás.
Al no tener un sueño profundo el cerebro es incapaz de realizar el drenaje de sus propias toxinas por medio del sistema glinfático y consolidar memoria por medio del hipocampo, lo cual puede causar mucho sufrimiento sin entender el porqué.
Los trastornos de sueño no solo pueden ser desarrolladas por el estrés y ansiedad, sino que paradójicamente también por falta de actividad y ruinas diarias adecuadas, es por ello que muchas veces es necesaria la evaluación profesional para identificar la causa principal y las adyacentes.
El récord documentado científicamente del ser humano que más tiempo ha aguantado despierto lo ostenta el estadounidense Randy Gardner. En 1965, cuando tenía 17 años, con al finalidad de conocer los efectos de la falta de sueño consiguió permanecer despierto durante 264 horas, que suman un total de once días.
Durante el experimento fue anotando sus síntomas. El segundo día detectó una disminución de su concentración visual y perdió la capacidad de identificar los objetos a través del tacto. La tercera jornada se volvió agresivo y se sintió desorientado. Al final de las pruebas tenía dificultades para concentrarse y problemas con la memoria a corto plazo, empezó a ser paranoico y sufría alucinaciones. Afortunadamente, cuando Gardner concluyó el experimento logró recuperarse y no le quedó ninguna secuela psicológica o física permanente, pero el ensayo podría haber tenido consecuencias graves.
Los adultos necesitamos dormir entre siete y ocho horas cada noche, mientras que en el caso de los niños y adolescentes son 10 horas. Cuando el organismo necesita descansar, el cuerpo envía señales al cerebro de que estamos cansados, y la oscuridad de la caída de la noche propicia el aumento de los niveles de los productos químicos que inducen al sueño, como la adenosina y la melatonina. Tanto el ritmo cardíaco como la respiración se ralentizan y los músculos se relajan, haciendo que nos durmamos. Durante la etapa del sueño no-REM, el ADN se repara y el cuerpo recupera la energía.
Las personas que padecen insomnio pueden sufrir desequilibrios hormonales, diversas enfermedades e incluso morir en casos extremos. Y es que no dormir el tiempo necesario puede provocar graves daños. A nivel cerebral, el aprendizaje, la memoria, el estado de ánimo y el tiempo de reacción se ven afectados. A nivel corporal se puede producir inflamación, aumento de la presión arterial, obesidad y diabetes. Además, los estudios sugieren que dormir menos de seis horas cada noche aumenta 4,5 veces el riesgo de accidente cerebrovascular.

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